El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 2, No. 59, Ed. 1 Saturday, March 1, 1890 Page: 2 of 4
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LA
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POR
o.
Arthub A. Matthky.
XOoOX——
—sSerán ahora mismo empeña-
dos en el Monte de Piedad por
un amigo, con su propio nombre,
para evitar toda sospecha: esto
es mas prudente que esconderlos
ni quemarlos; las cenizas se en-
cuentran ....
¿ Estáis seguro de la discre-
ción de ese amigo?
¡Es un ruso!... .exclamó el
joven por toda respuesta.
Mauricio pareció tranquilo; co-
nocía bien á los rusos.
—Los dos hombres se estrecha-
ron la mano, y el joven estudian-
te de mediciua, aprovechando la
hora matinal, en que están de-
siertas las calles, sobre todo en el
mes de Diciembre, dejó la casa
solitaria y se alejó sin ser por na-
die visto.
VII.
Como lo esperaba, Marcos Da-
lifroy fué encargado de instruir
la causa que se formó con motivo
del asesinato de Emilio Rouget.
—La pidió y se la confiaron, y
aun sin esta circunstancia, el a-
sunto era lo bastante misterioso
para que hubiera ido á parar á
sus manos, porque ya hemos di-
cfyo que en el Palacio de Justicia
era conocido por su perspicacia y
el interés que ponia en aclarar
los mas oscuros procesos.
Este hombre siniestro, que no
sonreía jamas en la vida ordina-
ria, cuyo aspecto glacial turbaba
la mas tranquila conciencia, á
quien no se daba la mano sin
sentir un frío repulsivo; aquel
hombre, que parecía atravesar la
existencia, ageno á la pasión y á
las alegrías, tenía, *¡in embargo,
goces íntimos y secretos.
Los tenía, sobre todo, cuando
veía temblar en su presencia á un
desgraciado ó un culpable;cuan*
do lograba hacerle confesar su
crimen;cuando llegaba á probar-
le que nadie podría impedir la
justa vindicta de la ley, que era
su frase favorita.
Si no es dudoso que el perro
de caza sienta Alegría por alcan-
zar la pieza que otro se come, si
no es cuestionable que el león y
el tigre tienen voluptuosa alegría
al sentir palpitar ante sus dientes
la carne viva de su presa, tampo-
co lo es que para algunos hom-
bres hay una alegría especial en
las torturas morales que causan á
sus semejantes, y se consideran
dichosos al juzgarse iustrumento
de la máquina social que atrope-
lia á un culpable ó á un vencido
en las luchas de la vida.
El señor Dalifroy pertenecía á
esta raza, que según la teoría de
Darvin, conserva particularidades
hereditarias de alguna fiera pri-
mitiva.
En esta ocasion, ademas, unía
á sus condiciones especiales el o-
dio y una sed de represalias pu-
ramente personales.
La victima le tocaba de cerca,
y si no babia sido padre para a
,1o era para ve
cía, y sería su placer doble, y un
triunfo centuplicado, anonadarla,
humillarla, confundir á la que
habia parecido tan altanera en
medio de su debilidad.
Ademas presentía un secreto
en aquella existencia, y aquel se-
creto era preciso descubrir, arro-
jársele1* al rostro, hacer penetrar
bien en sus carnes todas las pun-
tas aceradas de su odio y su ven-
ganza.
Púsose, pues, á la obra, con a-
quella fría actividad, aquella in-
flexible lógica que eran sus pri-
meras cualidades.
La ley exige que todo acusado
sea interrogado dentro de las
primeras veinticuatro horas. Hi-
zo venir á la joven por pura fór-
mula á su despacho, y la pregun-
tó,"y a revestido de carácter ofi-
cial, su nombre, su edad, su do-
micilio, y los motivos que le ha-
bían impulsado al crimen.
Inés se negó á contestar como
en la noche anterior. No insistió
y la hizo conducir á San Lázaro,
dando orden de que se la tuviese
en absoluta incomunicación.
Contaba tenerla el mayor tiem-
po posible incomunicada, sabien
do como el encierro y la soledad
doman las mas rebeldes natura-
lezas y gastan las voluntades mas
firmes.
No se había hallado sobre la
joven al registrarla, ningún pa-
pel que pudiera dar indicio de
su personalidad; su ropa blanca
examinada no tenía cifras ni es-
cudos, no llevaba la menor alha-
ja que pudiera ser reconocida
por el joyero que la habia vendi-
do ó alquilado, y su traje de bai-
le, de gran sencillez, pero de
buen gusto, no revelaba fuese ri-
ca ó pobre.
Era uno de esos trajes de sol-
tera, blanco y vaporoso, como lo
lleva lo mismo la rica que la po-
bre, y por único adorno tenía en
su cuello una cinta de terciopelo
grana, y en sus brazos desnudos,
ademas del guante, qn brazalete
de plata medio abierto como lo
llevan las mujeres egipcias.
En sus cabellos una rosa en
carnada, en su bolsillo un porta
monedas parecido á todos los de
mas, ni viejo ni nuevo, con unoi
cien francos en monedas de oro.
No dando las señas donde pu-
dieran traerle otros vestidos, por
que no habia de estar vestida de
baile en un calabozo, hizo que
con aquel dinero la comprasen un
vestido oscuro, alto, liso, que,
sentaba admirablemente á su pá-
lida tez, realzada por el color os-
curo de sus cabellos y sus ojos.
El plan del señor Dalifroy era
hacerla presentar en su despacho,
y no empezar el interrogatorio
hasta que hubiera adquirido nn
número de datos que le parecían
indispensables y no difíciles de
obtener.
Bastaba para ello, á su juicio,
proceder metódicamente, sin pre-
cipitación peligrosa,y emplear to-
dos los medios conocidos, clásicos,
por decirlo así, de que dispone
la policía.
En primer lugar, vigilancia
constante en torno de la acusada
par sorprender una mirada, un
gesto, un estremecimiento cual
tora
á la joven uno de
meninos, que se in
hu intimidad; pero ren
pues de su primer inteiroj
Parecióle la joven demasi
gaz para caer en tan '
did, y temió, por el contra
despertar sus sospecha y poní
en guardia.
Contentóse, pues, con
de lejos d« un modo invisil
ra ella, y en cuanto á
sitar por el inspector de la
sion, parecióle un medio
tamente inútil. Era
joven, demasiado
apariencia demasiado
para que tuviese ya an
criminales, y el señor
no era hombre capaz de e:
se en tales materias.
Aunque la hubiera dicho,
ra aterrarla, cuándo la ini
en casa de la señora Séverin,
estaba seguro de que en torno
ella había un misterio,
convencido de que el
que la jovan quería establ
era simplemente para no comí
meter á su famila.
Dejóla tranquila en aparien
recomendando únicamente
no se la diese ningún libro qi
pudiera distraerla de su sii
cion; pero en cambio, sin que
lo pidiese, se la dejó en el
bozo papel y pluma por si
ria escribir: este es un ardid
mo otro cualquiera que empla
justicia.
• El preso escribe para matar
tiempo, y esto da por lo mern
conocer su letra.
Inés, harto sagaz, dió
por el recado de escribir y no
tocó.
Su vestido, sus guantes, la
ta de su cuello, la flor de su
nado, el brazalete, todo fué e
tregado á uno de las agentes
policía mas hábiles para que
riese todas las casas de modas
París y averiguase quien los
bia vendido.
Otro agente fué encargado
inspeccionar hasta los mas peq
ños detalles de la vida de
Rouget desde su llegada á P¡
las personas que trataba, los
migos que habia tenido.. .1
No se mata á un hombre
conocerle, sobre todo, en
tancias tan extrañas, y el
Dalifroy creía que en las
nes de la víctima encon
pista del asesino.
Esto le parecía lo mas
de la instrucción; pero
descubrir el nudo que
otra parte; saber qué mó
bian armado la mano de
mujer, y qué cómplices
mientras no aveiguase esto
bia hecho nada.
Insistía en que la
ido al baile acom
mujer joven y linda no
senta sola en un baile, lo
biera chocado hasta los
Indudablemente se
sentado con nombre de
los invitados de la viuda
neral.
Esto éralo primero _
taba descubrir, y á ello
gró despues del
gatorio oficial
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Pablo Cruz Y Cia. El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 2, No. 59, Ed. 1 Saturday, March 1, 1890, newspaper, March 1, 1890; San Antonio, Texas. (https://texashistory.unt.edu/ark:/67531/metapth192871/m1/2/: accessed June 12, 2024), University of North Texas Libraries, The Portal to Texas History, https://texashistory.unt.edu; crediting UT San Antonio Libraries Special Collections.